14 oct 2008

HUELLAS QUE NO SE BORRAN

El barrio de Barcelona donde residimos durante mas de veinte años ( y de esto hace ya más de treinta ) en una de mis contadas visitas por motivos que no vienen al caso, caminando por una de las calles principales del barrio oigo una voz que me sorprende porque lo hace con mi nombre de pila. Naturalmente, giro la cabeza hacia el lugar de donde venía esa voz y en principio no encontré a nadie conocido. Si noté, sin embargo, que en un grupo de señoras de edad aproximada a la mía, una de ellas me miraba fijamente a la cara y creo que para estar segura de a quién hablaba repitió nuevamente mi nombre, esta vez lo hizo esbozando una sonrisa, segura de que no se equivocaba
¡Señora Lola! -exclamé- perdone, pero no me habia fijado en usted.
Ni que decir tiene que los dos nos fundimos en un abrazo igual que hubiésemos hecho entre dos familiares cercanos que llevan tiempo sin verse. Pues se trataba de la señora de una familia, vecina de la misma casa, con quién habiamos convivido los primeros años de nuestra estancia en Cataluña y que no fueron, precisamente, los mas fáciles. Probablemente, las generalizadas dificultades de entonces, el necesario esfuerzo de todos para sobrevivir a la miseria incluso al hambre, hacia que estuviésemos todos mas unidos y fuésemos más solidarios entre sí, creo yo.
Hablamos un buen rato, nos explicamos un montón de cosas; mentamos a nuestras respectivas familias y alguna anécdota digna de ser recordada. Al final nos deseamos lo mejor y nos despedimos con otro abrazo.
Ese día iba yo a visitarme con el dentista y mi humor tenía mucho que desear, pero mira por donde, aquél inesperado encuentro supuso para ambos recordar una dura etapa de nuestra vida, pero tan hermosa al mismo tiempo, que ni queriendo podremos olvidar.
De ahí que me guste decir que "De pan solo no vive el hombre"
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