11 mar 2011

También era tiempo de crisis ..........

A primeras horas de una mañana de enero, entro en una sala de considerables dimensiones, con unos bancos de madera para sentarse, una estufa de hierro colado encendida y un tablón de anuncios colgado de la pared, y veo que en el fondo hay un espacio separado del resto por una mampara mitad madera y mitad cristal con una puerta donde ponía: Jefe. Tras dar los buenos días a los empleados que había, me dirijo a esa puerta y doy unos tímidos golpes con los nudillos y pregunto ¿se puede?. Desde dentro alguien dijo: sí, adelante. La voz era de un tono recio, parecido al de quién padece de afonía crónica, o como se dice popularmente, a "voz de cazalla", con perdón.
Y el "jefe", sin dejar de "acariciar" el habano que se estaba fumando, ni decirme sientaté, me mira y con el gesto me pregunta ¿tú qué quieres? (no es que fuese mal educado, es que había sido militar con galones y eso en tiempos de post-guerra se notaba). Me acerco a él y respondo casi con la respiración contenida; mire usted, vengo de la oficina de personal y me han dado esta carta para que se la entregue en mano. Coge la carta, la abre y apenas la lee, pero ve que soy un nuevo ingreso (recomendado) y me atiende correctamente, eso sí.
El jefe, una persona de la edad de mi padre, o más (le jubilaron pocos años mas tarde) delgado, con fama de "malcarado" pero una excelente persona y notablemente culto, al decirle que era de La Mancha (él era de Cuenca) clamó: ¡conyo! ya somos dos manchegos. Me habló algo sobre la Empresa y me ofreció atención si lo necesitaba, y al despedirnos, esbozando una media sonrisa, me dijo: Adios paisano, y portaté bién... con lo cual salí algo más tranquilo de cómo entré. Y en honor a la verdad puedo decir que en poco tiempo nos hicimos buenos amigos. Él no tenía hijos, la mujer era una señora sencilla, muy agradable, y como nosotros éramos muy jóvenes se ve que al conocernos les caímos bien, no lo se.
A pocos minutos de salir del despacho del jefe, estando ya en la sala con otros empleados, se acerca un señor alto, con el vigotillo franquista tan de moda por entonces, con el mismo uniforme de pana marrón que vestían todos los empleados adscritos a "movimiento", pero éste con un cordón dorado (galón de instructor) sobre la visera de la gorra de plato, y mirando un papel que tenía en la mano me dice:
- Tú eres fulano d. ........ ? (yo observaba que aquí todo el mundo se tuteaba, en contraste con el obligatorio "usted, usted, usted" que usábamos los jóvenes en mi tierra).
Sí señor, para servirle... Nos saludamos con un apretón de manos y tras decirme que él sería mi instructor, me indica en qué va a consistir mi trabajo .... Entrados ambos en conversación, no sé con qué interés, me pregunta cual era mi oficio (...) y le respondo que "se leer y escribir" y que es lo único que me han exigido para tener opción a una de las plazas convocadas. Además, para que viese que no quería ocultar mis orígenes, le explico que conocía todas las labores del campo, por haberme criado en él, y por tanto dije que labrador. Que si estaba ahora aquí era por decisión personal y por ver si encontraba un medio de vida que mundo rural se negaba a ofrecernos a los jóvenes de entonces.
Sobre el efecto que le hiciese mi respuesta ni me lo planteé, pero como ser del campo no era ser mucha cosa (ahora es distinto) este buen hombre que tampoco es que fuese título universitario, usando un tono casi paternal (creo que sería por la diferencia de edad) me ofrece su ayuda personal y que él me iría orientando en lo más elemental de una labor que siendo sencilla precisaba un mínimo de tiempo de práctica. Que después, tras hacerlo unas semañas, vería que todo era pura rutina y lo haría agusto.
Le dí las gracias y me puse a su dispoción.
Si antes, hablando del Jefe", digo que acabamos siendo buenos amigos, con el señor instructor y aún con sus hijos lo somos todavía.
De esto ha pasado más de medio siglo y me atrevo a decir que recuerdo imágenes entrañables de aquél tiempo. (Continuará)

Saludos cordiales
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