18 abr 2015
¡Peazo de mundo!
"No se si hago bien o mal contando lo que recuerdo,
o imagino, acerca de mi propia existencia. Pero lo haré"
Según consta en la documentación correspondiente, el día que comenzó el otoño de aquel año vine al peazo de este mundo en un lugar de La Mancha rural y rústica, donde las penalidades había que salvarlas con fuerza de voluntad y usando los métodos recomendados por el matasanos de turno. A veces, sobre todo los niños, éramos asistidos por la vecina, o vecino mas atrevido que conocía -aseguraban algunos- que las pócimas con, algún ungüento, diversas plantas medicinales y las ventosas solían hacer milagros.
Es probable que las gentes del barrio, al enterarse de que mi madre había parido un segundo hijo, los amigos más cercanos por efectos de vecindad, a mis padres dirían;
Es probable que las gentes del barrio, al enterarse de que mi madre había parido un segundo hijo, los amigos más cercanos por efectos de vecindad, a mis padres dirían;
- Ya se que tenéis la pareja. Y si todo ha ido tan bien como se comenta; ¡enhorabuena! Y fijando la vista en mí, y ver que era un varón, de viva voz o con el pensamiento muchos de ellos exclamarían; ¡que Dios te bendiga, muchacho! ¡O bienvenido a sufrir a este peazo de mundo donde has caído!
Todo ello dicho con respeto aunque fuese a modo de cumplido -y por qué no decirlo- también con afecto de vecindad gracias al buen trato que hubo siempre entre nuestros mayores con las gentes del barrio.
Pero dejando al margen todo tipo de emociones propias de un nuevo alumbramiento, no creo que mi llegada a la luz de ese día, tuviese nada de especial y menos aun de excepcional. Más bien diría que solo para mis padres, mis abuelos, algún familiar cercano, mas la propia partera y esas vecinas fisgonas, que en cualquier parte las hay, mi nacimiento en una población de mas de treinta mil habitantes pasaría -como tantos otros- poco menos que desapercibido. Sin que ello signifique haber nacido y crecido con sentimiento de ignorado, ni sentirme en inferioridad respecto a otros niños de mi edad incluso mis hermanos nacidos uno antes y dos después. Siempre me he visto como uno más, ni mejor ni peor tratado que los muchachos de mi edad.
Pasados los primeros años de la niñez las escuelas que recorrí (lo digo en plural porque fueron varias) eran locales habilitados, no se si debidamente autorizadas, ya que en alguna había que llevarse la silla de casa para no tener que estudiar sentados en el suelo. Y como alguno de esos locales eran lagares para la elaboración de vinos, los meses de agosto, septiembre y octubre no teníamos escuela porque eran locales utilizados para tareas de vendimia.
Tampoco se si aquellos maestros y maestras que nos educaban eran titulados o no. Se supone que era gente estudiosa, capaz de llevar a cabo una labor docente no siempre reconocida -se decía- ni siquiera remunerada como debería serlo. De ahí el latiguillo tan repetido como era decir que "pasar mas hambre que un maestro escuela".
Estaba visto que la opción más generalizada era la de enviar a los hijos, aun adolescentes, a trabajar al campo fuese por necesidad o por no conocer otro oficio. Claro, que había contadas excepciones, pero la gran mayoría y sin ser necesariamente los más torpes, teníamos ese destino, dado a que los tiempos que nos tocó vivir a los niños y niñas de mi generación, eran tan confusos y desesperanzados, que el recurso de las faenas del campo era la única posibilidad para no salir del ambiente en el que fuimos creciendo hasta alcanzar la mayoría de edad. Al final, cada cual elegimos lo que nos pareció más conveniente y no creo que a todos nos haya ido tan mal.
Pasados los primeros años de la niñez las escuelas que recorrí (lo digo en plural porque fueron varias) eran locales habilitados, no se si debidamente autorizadas, ya que en alguna había que llevarse la silla de casa para no tener que estudiar sentados en el suelo. Y como alguno de esos locales eran lagares para la elaboración de vinos, los meses de agosto, septiembre y octubre no teníamos escuela porque eran locales utilizados para tareas de vendimia.
Tampoco se si aquellos maestros y maestras que nos educaban eran titulados o no. Se supone que era gente estudiosa, capaz de llevar a cabo una labor docente no siempre reconocida -se decía- ni siquiera remunerada como debería serlo. De ahí el latiguillo tan repetido como era decir que "pasar mas hambre que un maestro escuela".
Estaba visto que la opción más generalizada era la de enviar a los hijos, aun adolescentes, a trabajar al campo fuese por necesidad o por no conocer otro oficio. Claro, que había contadas excepciones, pero la gran mayoría y sin ser necesariamente los más torpes, teníamos ese destino, dado a que los tiempos que nos tocó vivir a los niños y niñas de mi generación, eran tan confusos y desesperanzados, que el recurso de las faenas del campo era la única posibilidad para no salir del ambiente en el que fuimos creciendo hasta alcanzar la mayoría de edad. Al final, cada cual elegimos lo que nos pareció más conveniente y no creo que a todos nos haya ido tan mal.
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Eran otros tiempos