30 sept 2012

"COMO DIOS MANDA"




Si lo que cuentan los sagrados escritos sobre Nuestro Señor (Jesucristo) es cierto y Él entregó su vida por todos nosotros, una vez resucitado y cicatrizadas las heridas, al descender de una familia tan pobre (recuérdese donde nació) encabezaría las manifestaciones que reivindican justicia social a favor de esos  millones de ciudadanos del mundo que pasan hambre y sed, muchos de éstos
 enfermos y heridos de muerte con crisis o sin ella.
Al mismo tiempo, castigaría duramente a esa gente que, amparada en Su buen nombre, se abraza al capitalismo especulador e irreflexivo dominante. A esos individuos envilecidos que con el poder en sus manos gozan humillando a las clases mas modestas, hasta convertirlas en pasto de insaciables "buitres" con nombre y apellido.
Y si también es cierto -insisto- que Cristo vive en todos nosotros, Él mismo pondría freno a tan sangrante como desesperanzada situación y todos seríamos mas humanitarios, solidarios también, y por supuesto mucho mejores de lo que somos.
Ahora, cuando el hambre y la miseria amenaza a mas de media humanidad, las riquezas acumuladas (sospecho que no todas por métodos confesables) por esa minoría exenta de escrúpulos, sin entrañas y con el alma podrida por la avaricia, con solo lo que les sobra, repito, "solo con lo que les sobra", desde los gobiernos podrían hacerse auténticos milagros. Ese capital sobrante, administrado por políticos solventes y honestos, serviría para hacer mas eficaz la lucha hacia la erradicación de la brutal depresión economico-social, como la que estamos sufriendo tantos pueblos y tantas familias. Es decir, viviríamos en un mundo que acepta la adversidad y lucha unido contra ella hasta superarla. Y sobre todo -añado- en un mundo con espacio suficiente para  poder emocionarse y reír felizmente, como Dios manda.
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15 sept 2012

Otros tiempos, otras crisis.




-   Tú, hijo mío, quédate aquí hasta que yo vuelva -me dijo mi padre- porque si estos señores son medianamente compasivos y quieren, espero que no tardándose mucho me dejen volver. (Los "señores" a los que se refería eran una pareja de la guardia civil).

En ese momento estaba yo tan aturdido, tan atemorizado, que no entendía nada.  Pues de ver a mi padre en el desacostumbrado estado de tensión que estaba, tan preocupado incluso nervioso, como padecía de una antigua úlcera en el duodeno, temía que tan tremendo disgusto le acarreara algún daño añadido, ya que no sería a primera vez que le ocurriera.

-   Oye, muchacho, -exhorto el cabo de la guardia civil que sujetaba a mi padre cogido del brazo tal si hubiese atrapado a un vulgar delincuente- tú verás cómo te las arreglas, que ya eres mayorcito. "Tu padre vendrá con nosotros y en el mejor de los casos no podría venir hasta mañana bien entrado el día, porque le retendremos en el cuartel hasta que llegue el Comandante de puesto y responda a las preguntas que se le hagan". Entendido!.

-   No respondí.

Al ver la actitud prepotente del cabo, la soberbia con que hablaba y aquél amenazante gesto de autoridad, convencido como estaba de que mi padre no había hecho nada malo, aun lo entendía menos.
Y todo eso sucedía una oscura noche de otoño, a la luz de unos candiles alimentados con terrones de carburo y agua que era con lo que se alumbraban las distintas dependencias del molino de ruedas de piedra que había sobre el río Guadiana, en el paraje llamado "Santa María", a pocos kilómetros de donde estaba la Comandancia de la guardia civil.

-   No te acuestes sin cenar algo y darle agua y echar pienso al macho antes de irte a dormir -fue el encargo que me hizo mi padre cuando echaba  a andar delante de los guardias-. Y aunque veas que me retraso no te preocupes, que no me va a pasar nada malo. Que en cuanto pueda vendre a buscarte y nos iremos a casa.

-   Usted no sufra y vaya tranquilo que así lo hare -le respondí con cierta congoja-. Ahora lo que importa es que eso que dice usted sea verdad y le dejen volver cuanto antes.

El delito por el que llevaron a mi padre detenido -o "retenido" como decía el guardia- no era otro que el de llevar al molino unos sacos de cebada  para pienso de los de los animales que recriábamos en el corral de nuestra casa para consumo propio. Lo malo que hicimos fue intentar camuflar un costal de trigo (moler trigo estaba prohibido) con el fin de tener harina en casa y hacernos el pan nosotros mismos y con ello evitar los abusivos precios del "estraperlo", pero nos descubrieron.
Puede decirse que la condena ya estaba escrita. Nos confiscaron el costal de trigo y encima nos multaron con mil pesetas, que entonces era mucho dinero. Aquella misma mañana -supongo- se pagarían y ya libre mi padre vino a recogerme al molino y regresamos a casa con el pienso, pero sin la harina para hacer pan.  Claro, que todo esto ocurría en otros tiempos y también con crisis.











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9 sept 2012

Solo en la Quintería

(el tiempo era lluvioso)



Al mediodía, preparando algo de comer, oigo ladrar al perro y una persona que se acercaba a la quintería dijo en voz alta, ¿Quién vive? -era el grito acostumbrado- y añadió: ¿Se puede?.

-   Adelante -respondí al reconocer la voz-.  Entre, entre usted, hermano Lucio, que ahí afuera se estará mojando.

-   Puñetas cómo llueve. Parece que se ha roto el cielo. Menos mal que al salir esta mañana y ver que estaba nublado, la mujer me hizo poner este impermeable con capucha y las botas de goma que me dieron en la mili. Y que guardo como oro en paño, no por tener un recuerdo, si no para usarlas en ocasiones como ésta.

-   Supongo que hoy no habrá venido usted en bicicleta, como viene haciendo ultimamente...

-   Pues sí, he venido en ella porque al salir de casa no llovía. Ha sido mas tarde cuando a comenzado a lloviznar, pero he venido bien gracias al adoquinado de la carretera. Después, por el camino de tierra hay tanto barro que la he dejado dentro de un bombo que tiene la puerta abierta, y hasta aquí vengo andando. Si aclarase un poco, la recojo y me voy al pueblo antes de que oscurezca.

-   Bueno, pero ya que está aquí y con la hora que es, quédese a comer. Voy a preparar unas "gachejas" y como la sartén da para dos, si le apetece, echo un cucharón mas de harina y así come usted caliente.

-   Hombre, muchas gracias por la invitación. Pero veo que hay buena lumbre y me caliento esto poco que traigo en la merendera y tú no tienes por qué molestarte.

-   Va, no diga usted tonterías, que no es ninguna moléstia. Lo que traiga se lo come detrás de las gachas. Y si no le queda apetito, lo guarda para la cena.

-   Tú eres quién dice "tonterías". Cómo me voy a llevar dos chorizos fritos, cuando podemos comérnoslos con las gachas?. Toma, échalos en la sartén que se calienten con la graseja del tocino y nos comemos uno cada uno.

(Mientras hablábamos del tiempo y de nuestras cosas, las gachas se cuajaron y quedaron listas para dar buena cuenta de ellas)

-   Hala, hermano Lucio, arrime usted un asiento y vamos a comer, antes de que se enfríen. Coja el tonel que echemos una "gota" para empezar. Que con el día que hace, un traguillo de vino sienta mejor que bien.

Sin embargo, para mi disgusto, cuando íbamos casi a medias el convidado me sorprendió.

-   ¡Joder! cómo pican las condenadas. Sintiéndolo mucho, a pesar de tu buena voluntad y lo ricas que están las gachas, no quiero más. Como tú bien dices, hoy es día de comer caliente, pero tengo que abandonar.

-   Cuánto lo siento, de verdad. Pero usted que me ha visto de hacerlas, en confianza, podía haberme dicho que no le gusta el picante y no le hubiese puesto.

 -   No es que el picante no me guste porque los chorizos que traigo pican un poco, ya lo verás. Lo que pasa es que el médico me tiene dicho que no puedo abusar del alcohol, del café y de las especias fuertes y mucho menos del picante. Y es que además de sentarme alguna de ellas muy mal, si tomo picante lo paso fatal con la "dichosas" almorranas.

-   Sí que lo siento. Pero créame usted si le digo que no conocía sus dolencias. Otro día se lo tendre en cuenta y guisaré a su gusto, se lo prometo. Y nos tomamos otra gota de vino.


Al final nos comimos unas rebanadas de melón de postre y nos alivió el fuerte sabor a picante que nos habían dejado las gachas. Y como dejara de llover, el hermano Lucio (guarda rural de aquellos pagos) marchó a recoger su bicicleta y volverse al pueblo. Como yo me quedaba en la quintería, nos despedimos no sin antes firmarle en el libro de visitas y desearle lo mejor. También agradecerle la compañía que me hizo durante unas horas.





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