23 oct 2011
EN LA QUINTERIA (Un día lluvioso)
Al medio día, cuando estaba preparando algo para comer, oigo ladrar al perro y la persona que se acercaba a la quintería dijo en voz alta:
- ¡Quién vive! -era el reclamo acostumbrado en estos casos- y añadió, ¿se puede?...
¡Adelante! -respondí al conocer la voz- Pase, pase usted, hermano Lucio, que ahí afuera se estará mojando.
- Puñetas, cómo llueve, parece que se ha roto el cielo!. Menos mal que al salir de casa esta mañana y ver que estaba tan nublado, mi mujer me hizo poner éste impermeable con capucha y las botas de goma que me dieron en la mili, que guardo cómo oro en paño, para usarlas en ocasiones como ésta.
¿Supongo que con el día que hace no habrá venido usted en bicicleta, como viene haciendo ultimamente?.
- Pues sí, la he traído porque a la hora en que salí de casa no llovía. Ha sido después cuando ha comenzado a lloviznar y mira cómo llueve ahora. Pero hasta que se acaba el adoquinado de la carretera, con la bicicleta se circula bien. Así que al salir al camino de tierra y encontrar tanto barro, la he dejado dentro de un bombo sin puerta y hasta aquí vengo a pie. Después la recojo y me voy al pueblo antes de se eche la noche encima.
Bueno, pero como ha llegado a tiempo quédese a comer. Yo voy a hacer unas "gachas" y como la sartén vale para dos, si le apetece, echo un cucharón mas de harina y así como usted caliente conmigo. Si quiere, claro.
- Hombre, muchas gracias por la invitación, pero como veo que tienes buena lumbre, yo me caliento lo que traigo en la "merendera" y tienes que molestarte.
Va... no diga tonterías, porque no es molestia. Que lo hago con mucho gusto. Además, lo que traiga en la merendera se lo puede comer detrás. Y si después de las gachas no le queda apetito, se lo guarda para cenar...
- Perdona, pero tú eres quién dice "tonterías". Cómo quieres que me lleve un par de choricillos que traigo, cuando podemos comernos uno cada uno después de las gachas.
(Mientras charlábamos se terminaron de cuajar las gachas)
Hale, hermano Lucio, arrime usted un asiento que vamos que vamos a comer antes de que se enfríen. Ahí tiene el tonel, echemos una "gota" para empezar, que con el día de frio que hace, un trago de vino viene bien. Comenzamos a comer y cuando íbamos a medias, para disgusto mío, el convidado me sorprendió diciendo:
- ¡Puñetas, cómo pican las condenadas!.. Sintiéndolo mucho, a pesar de tu buena voluntad, no quiero más. Y como bien dices, hoy apetece comer caliente, pero tengo que abandonar.
Cuánto lo siento, de verdad. Pero usted me ha visto de hacerlas y en confianza podía haberme dicho que no le gusta el picante y no se lo hubiese puesto, o le hubiera echado menos.
- No es que el picante no me guste. Ya verás que los chorizos que traigo también pican un poco, pero solo es un ligero saborcillo. El médico me ha dicho que no debo abusar del cafe, del alcohol, de las especias fuertes en general y sobre todo del picante, por el mal que hace en las "dichosas" almorranas.
Sí que me sabe mal, pero no conocía sus dolencias. Otro día lo tendré en cuenta, se lo prometo.
- No te preocupes, insisto, que no pasa nada.
Al final nos tomamos de postre unas rebanadas de melón (por cierto muy dulce) y nos alivió el fuerte sabor a picante.
Y como había calmado algo la lluvia, él se marchaba a recoger su bicicleta y nos despedimos no sin antes firmarle en el "libro de visitas" (pues el hermano Lucio era el guarda rural de aquellos pagos) y agradecerle la compañía que me hizo aquellas horas.
Con dios.
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