12 jul 2009

ENTRE SUEÑOS

Erasé una vez que unos padres (ochentones) a quienes un hijo (cincuentón) decía no recordar haber sido querido, acariciado, mimado ni siquiera de cuando era un niño, ellos no entendian nada de lo que estaban oyendo. Creyeron estar recibiendo el "castigo" que merecian, por no explicarle a su hijo y en cada momento aquello que ellos mismos no querian recordar, ya que relatar con detalle a su hijo lo que supuso vencer una etapa de hambre, miseria y todo lo que eso conlleva, sería poco menos que volver a vivirla y no les apetecía. Entendían que el silencio y el paso del tiempo acabarían borrando las huellas de una indeseable experiencia y olvidarse de ello para siempre -si lo conseguian- sería lo mas saludable para todos..
Después, al marcharse el hijo y quedar los dos solos, angustiados, el comentario de ambos consistió en admitir que su error había sido no entender que el problema era cultural, es decir, de costumbres heredadas generación tras generación. Unos, los padres, no podian negar que se educaron en una época en que los hijos para ser "hombres de provecho" habian de parecerse a sus padres en todo incluso en lo profesional creyendo que, salvo alguna excepcionalidad, debía ser así. Y el hijo, en mejores circunstancias que la de sus padres, si sus hijos estudiaban, asimilaban la modernidad y evolucionaban al mismo ritmo que lo vienen haciendo los de las nuevas generaciones, harán de su vida lo que les guste, sin reparar en que lo diferente sea mejor o peor. En un mundo mas moderno y libre, la pluralidad se valora mucho y, además, enriquece al individuo, y los viejos cuentan que de esos temas, antes se hablaba menos que ahora.
Al final, comprensiblemente, padres e hijo debieron entender que -como en este caso- el silencio puede convertirse en "arma de doble filo" si no se administra con inteligencia. Y es que ni todo puede decirse, ni todo deberia callarse, mirando por el bién de la convivencia, incluidos los familiares más cercanos.
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