3 abr 2011
CONSUELO DE MUCHOS. . . . . .
"Llegar tarde es mejor que no llegar", o lo que es igual: "Más vale tarde que nunca" suelen ser frases de las más utilizadas cuando se reflexiona, por ejemplo, sobre los síntomas de decaimiento y merma de actividad que conlleva la vejéz. También sirve de alivio respecto de los miedos que genera -me temo que es mi caso- el hacerse irremediablemente viejo incluso achacoso, que sería peor. Gente que me quiere bien me dice que no sienta tanto hacerme viejo como si "mis miedos" fuese por ir sumando años, por muchos que éstos sean. Así que mi preocupación no va por ahí, ni mucho menos, ya que soy consciente de que el Final ha de llegar sin que nada pueda hacerse por evitarlo. Otra cosa es que por mi propensión al optimismo, el calor y la benevolencia con que suelen tratarme la vida y el entorno familiar y social en que habitualmente me desenvuelvo, unido todo ello, me haya servido para mantener una imagen aparentemente mejorada respecto de los datos anotados en el DNI y sienta temor a perderla.
Pero mis miedos, insisto, no son por los años cumplidos ni por el inevitable deterioro que se da en la imagen de la gente de edad avanzada. Lo que ha comenzado a preocuparme es que mi médico de familia o de cabecera, en quién tengo depositada una gran confianza, cuando hablamos de esto me dice: "Aunque tú no tienes, todavía, motivos para quejarte, ya estas en el grupo de mis pacientes crónicos, sometido a diversos controles rutinarios con el fin de evitar probables sobresaltos de origen cardiaco, dado a que suele ser la parte del organísmo más desgastada. Lo cual significa un considerable revulsivo respecto de mi afán por no perder calidad de vida.
Sin embargo, cómo ignorar que en la sala de espera donde cada cuatro o cinco semanas paso uno de esos "controles rutinarios" nos encontramos un grupo de pacientes crónicos como yo; unos cogidos del brazo de otra persona, otros apoyados en una especie de muleta, o en silla de ruedas, sin contar los que se alivian con el recurtrente bastón. Y todos; mujeres y hombres, viejos y no tan viejos, estamos siendo "controlados" por motivos similares.
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Si alguna vez he confesado mi admiración por las personas mayores y lo mucho que me ha gustado, desde muy jóven, escucharles, conversar con ellas oírles contar sus "batallitas" y cómo se las ingeniaran para driblar-superar multitud de contrariedades y sobrevivir a tiempos de carencias, de miseria incluso hambre. Ahora, pasado aquél tiempo, cuando la modernidad nos lo ha facilitado casi todo: educación obligatoria, servicios públicos envidiables, sanidad, posibilidad de aseo, mejor alimentación, etc. que nos permite vivir unos años más y mejor que antes, o los viejos de ahora no tenemos nada interesante, ni siquiera divertido que contar a nuestros jóvenes, o a éstos les "resbala" nuestra existencia y pasan olímpicamente de todo lo que podamos contar nosotros de nuestro pasado ¡cómo si haber sobrevivido a tanta imposición legal y a la gran escaséz de recursos básicos no mereciera una mínima valoración!.
Esperemos que los mismos sabios que trabajan e investigan para conseguir prolongar la longevidad de los individuos, dispongan de tiempo y medios para dar calidad al último tramo de vida, con el fín de que valga la pena vivirla.
Ah, que conste que me resistiré a convertirme en un "viejo quejicoso" y prometo seguir aumentando cada primer día de otoño el número de velas en el tradicional pastel de cumpleaños. Prometido queda.
Condios.
Pero mis miedos, insisto, no son por los años cumplidos ni por el inevitable deterioro que se da en la imagen de la gente de edad avanzada. Lo que ha comenzado a preocuparme es que mi médico de familia o de cabecera, en quién tengo depositada una gran confianza, cuando hablamos de esto me dice: "Aunque tú no tienes, todavía, motivos para quejarte, ya estas en el grupo de mis pacientes crónicos, sometido a diversos controles rutinarios con el fin de evitar probables sobresaltos de origen cardiaco, dado a que suele ser la parte del organísmo más desgastada. Lo cual significa un considerable revulsivo respecto de mi afán por no perder calidad de vida.
Sin embargo, cómo ignorar que en la sala de espera donde cada cuatro o cinco semanas paso uno de esos "controles rutinarios" nos encontramos un grupo de pacientes crónicos como yo; unos cogidos del brazo de otra persona, otros apoyados en una especie de muleta, o en silla de ruedas, sin contar los que se alivian con el recurtrente bastón. Y todos; mujeres y hombres, viejos y no tan viejos, estamos siendo "controlados" por motivos similares.
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Si alguna vez he confesado mi admiración por las personas mayores y lo mucho que me ha gustado, desde muy jóven, escucharles, conversar con ellas oírles contar sus "batallitas" y cómo se las ingeniaran para driblar-superar multitud de contrariedades y sobrevivir a tiempos de carencias, de miseria incluso hambre. Ahora, pasado aquél tiempo, cuando la modernidad nos lo ha facilitado casi todo: educación obligatoria, servicios públicos envidiables, sanidad, posibilidad de aseo, mejor alimentación, etc. que nos permite vivir unos años más y mejor que antes, o los viejos de ahora no tenemos nada interesante, ni siquiera divertido que contar a nuestros jóvenes, o a éstos les "resbala" nuestra existencia y pasan olímpicamente de todo lo que podamos contar nosotros de nuestro pasado ¡cómo si haber sobrevivido a tanta imposición legal y a la gran escaséz de recursos básicos no mereciera una mínima valoración!.
Esperemos que los mismos sabios que trabajan e investigan para conseguir prolongar la longevidad de los individuos, dispongan de tiempo y medios para dar calidad al último tramo de vida, con el fín de que valga la pena vivirla.
Ah, que conste que me resistiré a convertirme en un "viejo quejicoso" y prometo seguir aumentando cada primer día de otoño el número de velas en el tradicional pastel de cumpleaños. Prometido queda.
Condios.
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