27 ago 2012
REMEMORANZAS (Sabores y olores que calan hondamente)
Al llegar mediados de agosto, esas fechas que marcan el final del verano y el comienzo del otoño, por tradición, Tomelloso regala a sus vecinos una semana de Ferias y Fiestas a celebrar sin limitaciones de ningún tipo. Pues igual jóvenes que mayores, hombres y mujeres, hijos naturales y adoptivos, ricos y pobres... todos suelen dar rienda suelta a sus aficiones y caprichos en un ambiente parrandero y sin deberes, excepto los feriantes que tienen que trabajar de lo lindo.
Quizas que sean éstas las fiestas mas añoradas por los "tomelloseros ausentes" sobre todo aquellos que por motivos ajenos a su voluntad se pierden disfrutar del bullicio y las alegrias que comienzan con los fuegos artificiales (la pólvora) en la inauguración y duran hasta la traca final. Y me refiero a los "ausentes" porque soy uno de ellos y a pesar de la distancia en kilómetros, con mi esposa que también es tomellosera, he faltado pocos años a tan confortable visita. Siempre atraídos por instinto familiar y patriotero, pero tambien por gusto de participar, junto a nuestros amigos de siempre, del jolgorio que se forma entre música para todos los gustos, voces-reclamo de los feriantes, así como el ensordecedor ruido que producen los distintos carruseles en constante funcionamiento. También tiene su encanto -para qué negarlo- la mezcla de sabores y olores que reportan los fritos como son: churros y buñuelos, patatas, cortezas o los rosquillos de anís para golosos. La emanación de vapores de los asados en plancha o barbacoa tales como: morcillas, chorizos, morro, pechuguitas de pollo y codornices. O el efecto tostador con almendras, avellanas, garbanzos, polomitas de maíz, y otras chucherías. Ese coctel de olores y sabores le dan un toque de mayor alcance a las fiestas.
Nosotros, como muchas veces hemos alargado la estancia mas allá de los dias de ferias y la vendimia ha comenzado, percibimos los olores del primer mosto y del orujo en plena fermentación, que mezclado con el olor a pan tierno de las tahonas y los vapores que exhalan las buñolerías, la simplificación a tres del pupurri con que se ha "obsequiado" esos días festivos, hace que el olfatómetro funcione con mayor precisión incluso advierta del alívio que ello supone tras el hartazgo de tantos excesos.
Ah, sobre el mosto y los buñuelos, recuerdo con infinito cariño y "pelín" de añoranza -no me importa confesarlo- que durante la vendimia en el jaraíz de casa de mis abuelos paternos, para el almuerzo, extendíamos una rosca de buñuelos en el canalón por donde corría el mosto del prensado y una vez empapados estaban riquísimos. Además nos servía para reponer energías y darle a la pala, al volante de la destrozadora o al brazo de la misma prensa, con la fuerza que requiere esa clase de trabajos.
Ahora, después de pasar tantos años, aún me pregunto: ¿por qué algo tan simple cala tan hondo...?
La respuesta puede imaginarse, pero como diría cualquier ecologista: "Es así de simple, porque es natural y a la vez muy sano".
Sencillamente.
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