20 nov 2014
Fe, esperanza y poco más
"Algo habrá que hacer mejor,
para que los creyentes no perdamos la fe".
Si lo que se cuenta a los cristianos de buena fe desde los púlpitos sobre la existencia de Dios es cierto y la muerte y resurrección de Jesucristo también, siendo éste hijo de una familia tan pobre (recordemos donde nació) muchos entraríamos en las iglesias para encontrarnos con Él y pedirle que encabece las manifestaciones en las que se reivindica sobre todo justicia social. ¡Qué mejor que los pueblos, de la mano del Dios Todopoderoso se interesen por esos millones de ciudadanos del mundo que pasan hambre, frío y sed, muchos de ellos enfermos crónicos condenados a malvivir desatendidos y a terminar prácticamente ignorados!
- Una limosa, por el amor de Dios -imploraba una mujer joven, con un niño en sus brazos, a la puerta de la iglesia parroquial del barrio-.
- "Perdone, por Dios" -era la respuesta mas frecuente de los fieles que acudían a la misa dominical-. Muchos de ellos, ni la miraban.
Ante una situación de crisis económica y de valores, tan despiadada como la que estamos sufriendo, nuestro padre celestial castigaría -sin duda- a los avariciosos, que escudados en el reclinatorio y la confesión, en nombre de ese mismo Dios misericordioso, se abrazan como lapas al capitalismo irreflexivo y especulador que actualmente domina al mundo moderno.
Para los creyentes, el Dios creador del universo debería utilizar toda su fuerza contra esos individuos envilecidos, que con el poder y el dinero públicos que sus convecinos han puesto en sus manos, disfrutan humillando las clases mas modestas y desasistidas de la sociedad. Y si Jesucristo, como se predica insistentemente, repito, vive dentro de todos nosotros, pocos serán los que duden que Él pondría freno a tan sangrante injusticia social y haría que todos fuésemos más humildes, mas humanitarios y por supuesto mucho mejores de lo que somos. Es más, si los cristianos de buena fe se lo piden, cuando el hambre y la miseria amenaza a más de media humanidad, con el dinero acumulado por esa minoría rebosante de poder y de riquezas, exenta de escrúpulos y con el alma podrida por la avaricia, el hijo de Dios les obligaría a confesarse y poner a disposición parte de lo que les sobra (¡Ojo! solo de lo que les sobra) para que gobernantes decentes, desde la administración pública, hiciesen el mejor uso de ello.
Pues con ese capital sobrante, administrado -insisto- por gente capacitada y honesta; gente como Dios manda, sería más eficaz la lucha hacia la erradicación de la desenfrenada y brutal depresión económico-social que sufren tantos pueblos y tantas familias, todos hijos de Dios, por culpa de los corruptos. Es decir; viviríamos en un mundo humanizado, que acepta la diversidad y lucha contra todo lo que se oponga a crear un espacio donde los hombres/mujeres nos respetemos y podamos convivir felizmente.
Lo triste es ver con qué descaro y desfachatez, los políticos -poco importa el color y las siglas que luzcan- nos mienten para llegar al gobierno y una vez alcanzado el poder, la buena fe de pueblos enteros es ignorada olímpicamente incluso traicionada. Políticos empeñados en obtener dividendos a toda costa, sin importarles quién ni cuántas familias quedan tiradas en las cunetas.
De ahí que la valoración de los ciudadanos respecto de los políticos, en general, sea de absoluto rechazo. Y lo que es todavía más grave; que al paso que vamos, si nadie cargado de razón da un puñetazo en la mesa y dice ¡basta!, ni con la ayuda de Dios las generaciones que nos sucedan podrán hacer mucho más, por aliviar la pobreza, de lo que se hace ahora.
En cualquier caso no desesperemos, porque todo tiene un límite. Y como decían mis abuelas:
- Una limosa, por el amor de Dios -imploraba una mujer joven, con un niño en sus brazos, a la puerta de la iglesia parroquial del barrio-.
- "Perdone, por Dios" -era la respuesta mas frecuente de los fieles que acudían a la misa dominical-. Muchos de ellos, ni la miraban.
Ante una situación de crisis económica y de valores, tan despiadada como la que estamos sufriendo, nuestro padre celestial castigaría -sin duda- a los avariciosos, que escudados en el reclinatorio y la confesión, en nombre de ese mismo Dios misericordioso, se abrazan como lapas al capitalismo irreflexivo y especulador que actualmente domina al mundo moderno.
Para los creyentes, el Dios creador del universo debería utilizar toda su fuerza contra esos individuos envilecidos, que con el poder y el dinero públicos que sus convecinos han puesto en sus manos, disfrutan humillando las clases mas modestas y desasistidas de la sociedad. Y si Jesucristo, como se predica insistentemente, repito, vive dentro de todos nosotros, pocos serán los que duden que Él pondría freno a tan sangrante injusticia social y haría que todos fuésemos más humildes, mas humanitarios y por supuesto mucho mejores de lo que somos. Es más, si los cristianos de buena fe se lo piden, cuando el hambre y la miseria amenaza a más de media humanidad, con el dinero acumulado por esa minoría rebosante de poder y de riquezas, exenta de escrúpulos y con el alma podrida por la avaricia, el hijo de Dios les obligaría a confesarse y poner a disposición parte de lo que les sobra (¡Ojo! solo de lo que les sobra) para que gobernantes decentes, desde la administración pública, hiciesen el mejor uso de ello.
Pues con ese capital sobrante, administrado -insisto- por gente capacitada y honesta; gente como Dios manda, sería más eficaz la lucha hacia la erradicación de la desenfrenada y brutal depresión económico-social que sufren tantos pueblos y tantas familias, todos hijos de Dios, por culpa de los corruptos. Es decir; viviríamos en un mundo humanizado, que acepta la diversidad y lucha contra todo lo que se oponga a crear un espacio donde los hombres/mujeres nos respetemos y podamos convivir felizmente.
Lo triste es ver con qué descaro y desfachatez, los políticos -poco importa el color y las siglas que luzcan- nos mienten para llegar al gobierno y una vez alcanzado el poder, la buena fe de pueblos enteros es ignorada olímpicamente incluso traicionada. Políticos empeñados en obtener dividendos a toda costa, sin importarles quién ni cuántas familias quedan tiradas en las cunetas.
De ahí que la valoración de los ciudadanos respecto de los políticos, en general, sea de absoluto rechazo. Y lo que es todavía más grave; que al paso que vamos, si nadie cargado de razón da un puñetazo en la mesa y dice ¡basta!, ni con la ayuda de Dios las generaciones que nos sucedan podrán hacer mucho más, por aliviar la pobreza, de lo que se hace ahora.
En cualquier caso no desesperemos, porque todo tiene un límite. Y como decían mis abuelas:
"Con fe y esperanza,
a la larga,
todo se alcanza"
Mantengamos pues la fe a ver si la Divina Providencia, harta de presenciar abusos e injusticias, se apiada de todos nosotros y en particular de los más necesitados. A ver. . . .
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REFLEXIONES