8 ene 2012
El teléfono móvil y su utilidad
Aunque no le sepa sacar partido al teléfono móvil, por torpe, (tengo uno pero lo uso poco) se que pueden hacerse infinidad de cosas con él. Acostumbro a llevarlo en el bolsillo, sobre todo si me desplazo a lugares donde pudiera necesitarlo incluso por si alguien necesita localizarme y muy poco más. Pero hoy, viajando en un autobús del servicio urbano, he quedado prendado de su utilidad.
Sobre las 10 de la mañana me monto en el articulado que me llevaría a destino y veo que de los 25 ó 30 pasajeros que ocupaban casi todos los asientos de la primera unidad, la mayoría de ellos hablaban por el móvil. Tras saludar al conductor, lo comentamos y me dice que "a estas horas, la gente sube al autobús con el teléfono pegado a la oreja, marca su billete en la "máquina canceladora", se sienta y sigue hablando. Pero por lo que él oye, alguno -no todos- van adelantando el trabajo que tocaría hacer en la oficina.
Y debe ser cierto, ya que desde mi asiento oigo a uno de estos pasajeros, por cierto bien trajeado, que indica a su interlocutor los datos que deberá aportar para una vez en el despacho, dar solución a un asunto de interés. "Que le espera sobre las doce y que no se olvide llevar -insiste- los documentos que le acaba de recordar. (Como hablaba en voz alta, sin querer, deduje que el "asunto de interés" era un problema de dinero).
Y eso no es todo, en el asiento anterior al mío, una joven señora o señorita, en la media hora larga que recorrimos juntos hizo y recibió unas cuantas llamadas. Como también hablaba en voz alta (ésta aún mas fuerte) los pasajeros que no usábamos el móvil nos mirábamos unos a otros con cara de extrañeza, como poco. Nos íbamos enterando de todo lo que decía ella, porque hablaba muy enfadada, usando vocablos insultantes incluso lloriqueando.
Como los pasajeros que llevaban el teléfono en la oreja iban concentrados cada cual en su propio "rollo" y eran mayoría, casi nadie le hacía caso. Pero como la distancia entre ella y yo era solo de centímetros, con el mas noble propósito de tranquilizarla, me permití sugerirle en voz baja:
- Señora, la veo muy angustiada, ¿puedo ayudarla en algo?.
¡A tí qué te importa!. ¡Metete en lo tuyo y déjame en paz! -Me respondió gritando y sin mirarme a la cara-.
- Disculpe mujer, tiene usted razón. Es cosa suya y no debería importarme. Hágase a la idea de que no he dicho nada y en paz. Perdone.
No se dijo mas. Aún así no pude disimular el bochorno que me produjo su reacción, viendo que las caras de "extrañeza" del resto de pasajeros hacia ella, ahora, iban dirigidas a mí. Los demás, como le hablé en voz baja y no oirían nada, pensarían que le dije algo inconveniente y se molestara por ello.
Desde entonces, sea donde sea, he prometido que a la gente que vea "enganchada" al móvil me dará igual que grite, ría, llore, cante o rece. . . ni el saludo tú.
Eso sí, por si lo necesitara, mi móvil -si no me olvido de él- lo seguiré llevando en el bolsillo para mis hijos y mis nietos, que también son de los que presumen utilizarlo para trabajar, no me digan que soy anticuado.
Bien o mal, ya está dicho.
Condios.
Sobre las 10 de la mañana me monto en el articulado que me llevaría a destino y veo que de los 25 ó 30 pasajeros que ocupaban casi todos los asientos de la primera unidad, la mayoría de ellos hablaban por el móvil. Tras saludar al conductor, lo comentamos y me dice que "a estas horas, la gente sube al autobús con el teléfono pegado a la oreja, marca su billete en la "máquina canceladora", se sienta y sigue hablando. Pero por lo que él oye, alguno -no todos- van adelantando el trabajo que tocaría hacer en la oficina.
Y debe ser cierto, ya que desde mi asiento oigo a uno de estos pasajeros, por cierto bien trajeado, que indica a su interlocutor los datos que deberá aportar para una vez en el despacho, dar solución a un asunto de interés. "Que le espera sobre las doce y que no se olvide llevar -insiste- los documentos que le acaba de recordar. (Como hablaba en voz alta, sin querer, deduje que el "asunto de interés" era un problema de dinero).
Y eso no es todo, en el asiento anterior al mío, una joven señora o señorita, en la media hora larga que recorrimos juntos hizo y recibió unas cuantas llamadas. Como también hablaba en voz alta (ésta aún mas fuerte) los pasajeros que no usábamos el móvil nos mirábamos unos a otros con cara de extrañeza, como poco. Nos íbamos enterando de todo lo que decía ella, porque hablaba muy enfadada, usando vocablos insultantes incluso lloriqueando.
Como los pasajeros que llevaban el teléfono en la oreja iban concentrados cada cual en su propio "rollo" y eran mayoría, casi nadie le hacía caso. Pero como la distancia entre ella y yo era solo de centímetros, con el mas noble propósito de tranquilizarla, me permití sugerirle en voz baja:
- Señora, la veo muy angustiada, ¿puedo ayudarla en algo?.
¡A tí qué te importa!. ¡Metete en lo tuyo y déjame en paz! -Me respondió gritando y sin mirarme a la cara-.
- Disculpe mujer, tiene usted razón. Es cosa suya y no debería importarme. Hágase a la idea de que no he dicho nada y en paz. Perdone.
No se dijo mas. Aún así no pude disimular el bochorno que me produjo su reacción, viendo que las caras de "extrañeza" del resto de pasajeros hacia ella, ahora, iban dirigidas a mí. Los demás, como le hablé en voz baja y no oirían nada, pensarían que le dije algo inconveniente y se molestara por ello.
Desde entonces, sea donde sea, he prometido que a la gente que vea "enganchada" al móvil me dará igual que grite, ría, llore, cante o rece. . . ni el saludo tú.
Eso sí, por si lo necesitara, mi móvil -si no me olvido de él- lo seguiré llevando en el bolsillo para mis hijos y mis nietos, que también son de los que presumen utilizarlo para trabajar, no me digan que soy anticuado.
Bien o mal, ya está dicho.
Condios.
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