29 ene 2012
Sobrevivir al cáncer, que no es poco.
Era la "noche buena" de la Navidad de 1979, después de estar dos semanas hospitalizado tras ser operado de cáncer de laringe, como el post-operatorio transcurría sin complicaciones y mi estado anímico era favorable, el médico que me operó decidió otorgarme el alta clínica para que celebrara las Navidades en casa con la familia. Que como evolucionaba positivamente y él, esos días festivos no se ausentaría de la ciudad -nos dijo- en caso de que observásemos algo anormal respecto del ritmo al que progresaba mi recuperación, le llamásemos por teléfono que él vendría enseguida a verme. Lo cual le agradecimos ¡y de qué manera! ya que además de parecernos una determinación valiente y no menos responsable, fue un gesto de humanidad que sumaba muchos puntos a la confianza que teníamos puesta en él. Así que a las 12´30 del mismo día 25 salíamos de la Clínica y nos íbamos a casa donde estaba todo preparado para compartir la extraordinaria comida navideña en familia. Algo que desde muchos días antes ninguno de nosotros pudimos imaginar.
Una vez en casa, todos reunidos en torno de la mesa y con los ánimos en alza, brindamos emocionados e hicimos votos por un futuro que cuando menos comenzaba a ser esperanzador. Y como aquí, en Cataluña, el día 26 (San Estéban) también es festivo, cumpliendo con la tradición dimos cuenta de un variado aperitivo y los ricos "canelones" que nos hizo M. J. como plato fuerte, para una vez pasados cuatro o cinco dias y superada la "resaca" hacer la despedida del año viejo con otra cena extraordinaria y recibir el nuevo Año con las tradicionales uvas al toque de las campanas del reloj.
Esa noche de fin de año, oídas las doce campanadas en silencio ¡qué remedio, si aun no me salía la voz! agarrado con todas mis fuerzas a lo que sería el comienzo de mi vida sin laringe, hasta me permití celebrarlo con media copita de cava. Y viendo que toda la familia aparentaba estar mas tranquila y relajada al tenerme nuevamente entre ellos, sin poder contener la emoción les gritaba con la voz del corazón: ¡¡GRACIAS A TODOS Y FELIZ AÑO NUEVO!!.
Una vez en casa, todos reunidos en torno de la mesa y con los ánimos en alza, brindamos emocionados e hicimos votos por un futuro que cuando menos comenzaba a ser esperanzador. Y como aquí, en Cataluña, el día 26 (San Estéban) también es festivo, cumpliendo con la tradición dimos cuenta de un variado aperitivo y los ricos "canelones" que nos hizo M. J. como plato fuerte, para una vez pasados cuatro o cinco dias y superada la "resaca" hacer la despedida del año viejo con otra cena extraordinaria y recibir el nuevo Año con las tradicionales uvas al toque de las campanas del reloj.
Esa noche de fin de año, oídas las doce campanadas en silencio ¡qué remedio, si aun no me salía la voz! agarrado con todas mis fuerzas a lo que sería el comienzo de mi vida sin laringe, hasta me permití celebrarlo con media copita de cava. Y viendo que toda la familia aparentaba estar mas tranquila y relajada al tenerme nuevamente entre ellos, sin poder contener la emoción les gritaba con la voz del corazón: ¡¡GRACIAS A TODOS Y FELIZ AÑO NUEVO!!.
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